Pero me llegó un amor como caído del cielo, aunque a distancia. Le conocí el 17 de marzo cuando chateaba en la biblioteca y nos caímos muy bien. A los dos días ya éramos novios. Fue muy rápido. Se llamaba Wenceslao Jimenado, pero siempre le llamaba Wences, que era como se había presentado. Cuando se lo conté a Sejo, se quedó sin saber qué decir, pero me felicitó y Ricardo reaccionó igual, contento de que yo me sintiera feliz.
Wences era de Maracaibo –Venezuela-. Me gustó mucho cuando me envió su foto. Era moreno, alto y muy guapo. Ganó a mi imaginación la imagen que me había formado de él tal como en el chat y por teléfono se había descrito (alguna vez yo lo llamé a su casa desde un locutorio, pues me había dado su número). Yo le envié también una foto mía por correo y también le gustó mucho.
Se me ocurrió presentar a Sejo a Ricardo y viceversa, pues a ambos les había hablado al uno del otro. Y se cayeron muy bien, lo que me alegró mucho. Yo me sentía muy feliz por estar con Wences, aunque fuera en la distancia. Lo amaba, sí, esto fue lo que me dio ganas de regresar a Madrid. Si antes lo había deseado para conocer a Sejo y Ricardo, mucho más teniendo a mi novio viviendo a 450 kilómetros de mí en la localidad madrileña de San Sebastián de los Reyes.
Poco después, Sejo me habló de lo mal que se sentía, pues su padre lo trataba muy mal y su madre no le quería. Ambos eran muy crueles con él. Leopoldo Barragán y Luisa Durán eran dos malvados hasta la médula que de padres solo tenían el título. Por suerte, Sejo tenía una amiga que le apoyaba en todo. Se trataba de Nastasia González. Aunque el apoyo era con ciertos límites, ya que Leopoldo sabía que era la mejor amiga de Sejo, y tan sólo por eso le tenía manía.
Sejo me contó que en una ocasión, su perversa madre había llegado hasta el triste y malvado extremo de amenazar de muerte a su propio hijo y a su amiga, que no le dio mucha importancia a la amenaza, porque pensaba que la furibunda madre de Sejo estaba enferma de los nervios y no sabía bien lo que había dicho. Cuando Sejo habló en privado con su gran amiga sobre tales amenazas, le propuso denunciar a su madre.
NASTASIA: No, Sejo, mejor que no hagamos eso.
SEJO: ¿Pero porqué?, es muy serio, se trata de amenazas de muerte…
NASTASIA: Ya lo sé, pero con eso sólo conseguiríamos empeorar la situación.
Poco después, Leopoldo Barragán le advirtió a Nastasia que no jugara con fuego, pues podría quemarse, lo que inquietó a la joven, que interpretó tal advertencia como una amenaza, y es que lo era.
Yo en Torrevieja me sentía mal por no estar en Madrid apoyando a Sejo junto a su amiga, a la que los padres de este parecían tenerle la guerra declarada sólo por defender a Sejo, que era maltratado por su madre, que le había clavado una estaca en un costado poco antes de conocernos por el chat de Chueca, y estaba vivo de puro milagro. “Esa mujer está loca, pero loca de remate. Y el padre tampoco se queda atrás”, pensaba yo.
Sejo me contó también que como su padre le pillara viendo telenovelas, que a Sejo le encantaban, le llamaba de todo y su madre le pegaba latigazos en la cara, dejándosela marcada en la mayoría de las ocasiones.
Mientras, Wenceslao se masturbó pensando en otro que no era yo. Y tuvo el descaro de decírmelo. Me sentó fatal que hubiera hecho eso. Pero por lo menos había sido sincero. Y tanto. Ahora pienso que enfadarme por eso fue bastante tóxico, porque tener pareja no quiere decir privarse de la masturbación.
Sejo y Ricardo querían conocer a Wences, por lo que les presenté por el Messenger y se agregaron sus direcciones para hablar entre ellos. Pero lo que me dijo Sejo días después me desconcertó. Me contó que Wences le había puesto la webcam y por casi se desnudó completamente ante él. Esto me pareció tan fuerte que, por supuesto no quise volver a saber nada más de mi novio a distancia y le mandé a la mierda; al saberlo, Ricardo me dijo que si Wences había hecho eso, yo había actuado de la mejor manera al cortar con él, añadiendo: “Yo hubiera hecho lo mismo. A mi juicio, un tío que le enseña su cuerpo a otro por webcam es un tío que te pone los cuernos, eso no me lo niega nadie”. No lo supe nunca pero nada me extrañaría enterarme de que me fue infiel. “Pues que le den por culo”, pensé. Así de claro.
Muchas veces he pensado que mi casa estaba embrujada. Sentía cómo si me hubieran echado mal de ojo, pues todo iba a peor. Era como si un espíritu diabólico me rondara para hacerme daño. Las nubes negras anidaban en mi corazón cuales amenazadoras señales de peligro y malestar; no sólo por haber terminado con Wenceslao, sino por la tensa situación que vivía en casa.
Un día estaba tan harto de mi padre, que para vengarme por su manera de tratarme, le cogí dinero de la cartera y me compré un móvil, pues quería poder hablar con Sejo y Ricardo. Fui a Vodafone y me compré un móvil, el Nokia 3410, que era el mismo que tenían mis padres. En casa pensaba decir que me habían tocado 100 € jugando a la ONCE, pero no coló. En cuanto mi padre vio que me había comprado el móvil, me lo quitó. Vaya bronca la de aquel día. Mi padre dijo que quería que me fuera de casa lo antes posible. Desde ese día dormiría en el comedor. Pero más fuerte fue sin duda lo que me dijo después: quería que desapareciera de sus vidas de una vez y para siempre. Nadie sabe cómo se te cae el alma al suelo al oír tales palabras. Yo sabía que me había pasado al coger ese dinero, pero consideraba que no era para tanto. Para colmo me había echado de casa y no podía volver hasta las once de la noche, y eso todos los días durante tres meses, lo que enfureció a Sejo cuando se lo conté. Juramos venganza, eso no quedaría así. Sejo me dijo que lo dejara todo en sus manos y así lo hice. Que la venganza fuera más cosa de él que mía, pues yo no sabía enfrentarme a mi padre sin que hubiera una paliza de por medio. Por esa parte, yo estaba tranquilo, porque sabía que tenía el apoyo de Sejo.
En el mes de abril, mi abuela decidió hacernos a cada nieto un regalo, por lo que yo pedí tener un móvil, con lo que al principio, mi padre, para variar, no estaba en absoluto de acuerdo. Pero a mi abuela eso no le importó. Es más, no sé lo que hizo mi abuelo que convenció a mi padre para que me comprara el móvil, pues me lo compró el sábado 12 de abril. Era un Nokia 3330, de los que se llevaban en 2003 con diferentes carcasas, pues eran todos del mismo color azul marino. Me hizo mucha ilusión y esa noche me puse a memorizar los números de teléfono como el de Sejo, Ricardo, y los que tenía apuntados en mi agenda y diario.
Al día siguiente, fui a la Playa de La Mata por la mañana y escuché por primera vez la voz de Ricardo, que me pareció muy varonil. Nos tiramos hablando bastante tiempo, como media hora, en la que me decía que tenía muchas ganas de conocerme en persona. Esto me animó mucho.
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