Todo iba muy bien, hasta que, el sábado 25 de enero, Sejo me dijo por Messenger que había conocido a un tal Raúl, de su misma edad y que se había enamorado perdidamente de él. Yo me alegré por Sejo y se lo dije pero, al salir del cyber, sentí que no me alegraba del todo. ¿Por qué? Me había enamorado de Sejo sin conocerle en persona y para más inri, estaba celoso.
Ese día empezó mal ahí, pero para colmo comimos todos en casa de la abuela y para variar, mi padre armó un escándalo poniéndome verde. Y claro, mi abuela no se calló y me defendió con valor. Pero a mí lo que más me dolía era lo de Sejo. Deseaba su felicidad, sí. Pero quería que estuviera conmigo, no con ese tal Raúl al que cogí manía sin conocerle siquiera. Me había enamorado de alguien que no conocía en persona y no era la primera vez.
El lunes volví a hablar con Sejo y en mi interior no dejaban de rugir los celos que sentía cuando me hablaba de lo bien que se sentía con su chico, al que yo cogía cada vez más manía. Miento si digo que me alegré del todo por sentirle tan contento, me alegré algo, pero tenía envidia, sentía envidia de lo bien que se encontraba al lado de un chico y también estaba celoso, pues lo quería sólo para mí.
En esos días compartí más de mi tiempo con Ricardo, quien me fue de gran estímulo para olvidar un poco el dolor que me causaba no ser yo el afortunado que estaba con Sejo. Me acordé por aquel entonces del proverbio ese que dice algo así como “Existe un hermano nacido para el tiempo de angustia”. Fue de verdad un verdadero consuelo para mí el poder contar con su apoyo y amistad, pues me sentía muy mal por no estar en Madrid. Seguía odiando Torrevieja y les había dicho a Sejo y Ricardo que en poco tiempo regresaría a Madrid para nunca más regresar al “maldito pueblo de Torrevieja”, pues estar en ese lugar me había traído muchos disgustos y sinsabores. Lo de “maldito pueblo” lo decía muy a menudo. No solo estaba triste por Sejo, sino también porque en casa seguían haciéndome la vida imposible: mi padre con sus absurdeces y mi hermana con sus críticas destructivas cuando yo estaba viendo alguna telenovela.
Mi abuela estaba muy harta del comportamiento de mi padre y un día le dijo a mi madre que ojalá nos dejara un día y se largara por ahí. Mi madre a veces no hablaba por no pecar, por lo que no contestó nada a ese comentario que había hecho mi abuela. Pero tuvo que admitir que sin ese hombre en casa estaríamos más tranquilos. Más aún cuando sucedió lo que relataré a continuación. Esa noche habían llegado de la reunión de los Testigos, y yo llegué a casa poco después. En La Primera de Televisión Española se estaba emitiendo Ana y los 7, serie que siempre veíamos toda la familia. Pero mi padre tuvo la mala leche de quitar la serie y poner una película violenta de las que tanto le gustan. Como en la habitación de mis hermanos Pablo y Marta había tele, mi hermano y yo nos fuimos a ver Ana y los 7. Mi madre estaba haciendo la cena y mi padre cenando el primer plato, mientras mi madre se quejaba de que siempre veía películas violentas. Mi padre le pidió que se callara, por lo que ella se ofendió. Mi madre se dio cuenta de que mi hermana se había venido con Pablito y conmigo a ver Ana y los 7, por lo que se vino a verlo con nosotros. Mi padre se quedó sólo cenando y eso le jodió tanto que se levantó y al llegar a la habitación, nos echó fuera, a mí me empujó tirándome al suelo, lo que molestó a mi madre. Pero ahí no acabó la cosa: mi hermana cambió el canal quitándole a mi padre la película, lo que le enfureció tanto que cogió la televisión y la tiró al suelo con toda su mala leche. Mi madre se echó las manos a la cabeza y yo me quedé a cuadro, y es que si no llega a ser porque mi hermana lo impidió, me tira la televisión a mí. Eso ya fue demasiado fuerte. Mi padre se cabreó diciendo que yo tenía toda la culpa, que yo lo había provocado incitando a mi hermano a ir a ver la serie en la otra tele. Mi madre se enfrentó a él como llevaba tiempo sin hacerlo, poniéndole en su lugar, como se merecía, lo que le irritó tanto que quiso pegarme, pero mi hermana se puso por medio y me defendió. La verdad que de ella no me lo esperaba, pues siempre ha estado más de su parte al joderme y al disfrutar criticándome. Puede parecer exagerado, pero juro por mi abuelo Boni –que en paz descanse-, que lo que estoy contando es muy cierto.
Destinado a sufrir. Así me he visto muchas veces. Y todo por culpa de lo que me han humillado y maltratado psicológicamente. No es raro que haya necesitado mucho apoyo de mi abuela y los que de verdad se han interesado por mi bienestar, como por ejemplo, mi querida prima Silvia, a la que siempre le estaré eternamente agradecido. Muchas veces he pensado que he nacido para sufrir. El maltrato psicológico vivido en carne propia muchas veces me ha hecho desear morir, desaparecer para siempre. Cuando alguien te trata como lo hizo mi padre aquella vez, te hace sentir como una mierda, un cero a la izquierda.
Esa noche mi padre vociferó como él solía hacer cuando se comportaba como un loco. Le llegó a decir a mi madre que se iría de casa y ella respondió que no estaría mal que nos dejara un poco en paz. Después de eso, les oímos discutir acaloradamente en su alcoba, pero al rato se calmaron los ánimos. Tras la tormenta, la calma. Y así fue.
Al día siguiente, no dudé en contarle a Sejo el numerito que había montado mi padre por la noche, lo que le indignó, por lo que volvió a decirme que nuestra venganza contra él seguía en pie.
Mi abuela se quedó a cuadro cuando le conté el escándalo que había armado mi padre y lo nerviosa que se había puesto mi madre.
FLORENCIO: Tu padre está mal de la cabeza.
JUANI: Es que lo que hace tu padre no es de un Testigo de Jehová.
FLORENCIO: Claro que no, ¡lechuga!
El día 5 de febrero me quedé a cuadro al leer un e-mail que Sejo me había mandado: había cortado con su novio porque sólo quería sexo con él, sólo quería llevárselo a la cama. Como yo estaba en la biblioteca y no podía conectarme al Messenger, le escribí un e-mail como respuesta diciéndole que le esperaba en el chat por si podía conectarse. Y no tardó en entrar. Me contó que el tal Raúl era un gilipollas y un descerebrado que sólo había estado con él con la única intención de llevarle a la cama. “Pero se ha quedado con las ganas, pues al descubrir sus verdaderas intenciones conmigo, huí de él como alma que lleva el diablo”, me dijo.
YO: ¿Pero tú cómo te sientes?
SEJO: Bien. Sé que he hecho bien cortando. Se ha aprovechado de mi necesidad de sentirme querido y ha intentado forzarme a tener relaciones, para lo que yo no estaba preparado tan pronto. Lo veía muy precipitado.
Yo me alegré un montón por esa ruptura, pues eso me dejaba el camino libre con él de nuevo y, además me alegré, de que no hubiera sido una ruptura traumática, pues Sejo no estaba deprimido ni triste, sino que parecía sereno al contarlo y se notaba en su manera de expresarse. Aunque me dolía mucho que se hubieran burlado de sus sentimientos. La empatía fue lo que me llevó a apoyarle aún más, pues sabía por lo que estaba pasando. Pero eso sí. El tal Raúl había pasado a la historia. No volvimos a hablar de él en aquellos días. Le amaba y eso sentía en mi corazón, pero yo mismo me prohibía ese amor, pues amar en la distancia es muy duro sobre todo si estás a 450 kilómetros de tu pareja, como me pasó en los meses siguientes. “Mi amor por Sejo no es tal, sino cariño fraternal”. Eso es lo que una parte de mí quería pensar, pero la realidad era bien distinta. Porque si yo sentía sólo “cariño fraternal”, ¿a qué vinieron los celos que me provocó el saber que Sejo tenía novio? Eso contesta una vez más a lo que ya he dicho: no era “cariño fraternal”, era un amor profundo que había nacido en mi corazón.
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